«Ayer amaneció un día de sol pascual y eso, en Bizkaia, es un regalo no programable. Para quienes nos gusta cantar en coros (aunque dicen que a veces traemos la lluvia) era una mañana especial; celebrábamos el Día Coral de Bizkaia que, este año, se hacía en Barakaldo como homenaje a los 75 años de vida de la Schola Cantorum de San Vicente.
Para algunos, los domingos son siempre la fiesta de la gran familia, por más que se haya reducido a un rito al que a veces le falta eso que ayer rebosaba la plaza de S. Vicente de Barakaldo: vida. El graderío montado para el concierto, todavía vacío, estaba reclamando a gritos las voces que lo convirtieran en ser vivo.
Precedida por los txistularis y los gigantes, llegó la procesión de los coros que venían desde el lugar de los ensayos: primero los txikis, luego las voces graves, las blancas adultas y los coros mixtos. Y la plaza se convirtió en minutos en un conglomerado expectante.
Los txikis ocuparon los graderíos y el presentador dio, bilingüe, el pistoletazo de salida. Cantaban y hacían su coreografía, animados por las diversas directoras, e iban afirmándose en sus voces a medida que perdieron el miedo a ser protagonistas. ¡Qué hermoso! Porque ellas y ellos, txikis, son el amanecer de la música coral que se viene.
Seguido cantamos los “graves”, que no estamos para coreografías. A la vez que miras al director, percibes que hay muchos ojos puestos en esos graderíos y muchos cerebros procesando lo que estás cantando. Y sientes que es algo diferente a cuando cantas con tu coro, que tu voz de engrandece y amplifica y se acompaña con otras buscando ser una. En esos minutos te haces más universo e invitas a todos los otros a que canten contigo.
Justo cuando terminamos los “graves”, el reloj me dijo que había que salir hacia la otra fiesta. Como llegué uniformado, tuve que explicar a mis feligreses de dónde venía. Y, de paso, les dije que pensaba que Dios debía estar pasándoselo muy bien arriba, en S. Vicente, y que invitaba a todos a que hiciéramos una celebración que también le hiciera feliz. ¿Saben? Nunca, hasta ahora, mi coro de la tercera edad había cantado ni tan fuerte ni tan entonado.
Creo que, en cierta manera, Él me estaba compensando el haberme perdido el final del concierto. Claro que, a fin de cuentas, siempre que las personas celebramos la vida, es un canto a LA VIDA, en el formato que sea: de folk o de salmo.»